GUERRA ECONÓMICA: JAPON vs EEUU

Estados Unidos y el FMI no esconden su propósito de aprovechar la crisis japonesa para "desmantelar la política industrial japonesa" (64), o sea desmantelar a sus conglomerados. Para eso reclaman la quiebra de todos los pulpos insolventes, en especial los bancos, la utilización del dinero del fisco para resarcir a los acreedores y la apertura ilimitada al capital extranjero.
En este camino, han dado pasos importantes. La financiera de la General Electric adquirió la quinta entidad japonesa de financiación del consumo, "una de las pocas áreas que ha crecido sostenidamente en los años que siguieron al colapso de la economía japonesa a fines de los ‘80" (65). El grupo Travelers, que viene de asociarse con el Citicorp, compró la tercera casa de operaciones bursátiles japonesa; Merryll Lynch se hizo cargo de los activos de la quebrada Yamaichi y Prudential se apoderó de los fondos de pensión administrados por el banco Mitsui. En la mayoría de los casos, los vendedores se asociaron en minoría con sus compradores.
Algunos caracterizan a los progresos de los grandes bancos norteamericanos en el sector financiero japonés como algo "nunca visto antes" (66). Los norteamericanos son los principales operadores en el mercado de "fusiones y adquisiciones", en particular cuando una de las partes es un extranjero. El ingreso de capitales externos en la Bolsa de Tokio ha venido creciendo en forma consistente. En la actualidad, "los bancos extranjeros contabilizan un tercio de todas las transacciones en la Bolsa de Tokio, el doble que a comienzos de esta década" (67). Esto ha llevado a que los bancos norteamericanos que actúan en Japón registren beneficios récord ... mientras los bancos japoneses no obtienen beneficios desde hace cinco años.
Comentando la penetración del capital financiero norteamericano en las finanzas japonesas, un diario especializado señala que "muchos banqueros japoneses se preguntan si Tokio está destinada a convertirse en una versión financiera del torneo de tenis de Wimbledon, una competencia de nivel internacional que ofrece premios lucrativos, pero en la cual los jugadores nativos pierden con los extranjeros"(68).
Aunque más lentamente, también en la industria está penetrando el capital extranjero. A la ya mencionada compra de parte de la Nissan por Renault, hay que agregarle la compra de una parte sustancial del paquete accionario de la Mazda por Ford (hasta ahora tenía una participación accionaria minoritaria) y los planes de General Motors para instalar plantas en Japón. Con todo, la compra más importante de una empresa industrial por una firma extranjera correspondió a los británicos de Cable & Wireless, que adquirieron la segunda mayor telefónica del Japón. Naturalmente, ésta no es una ‘salida’ para el capital japonés.
Este enorme flujo de inversiones ha sido comparado con "un tsunami (ola gigante) de capital en Japón" (69). Lo cual ha provocado la reacción defensiva de los capitalistas japoneses.
Las fusiones entre bancos japoneses antes mencionadas tienen como principal propósito "evitar una mayor usurpación por parte de los grupos financieros extranjeros" (70). Nippon Steel de Japón y Pohang Iron de Corea, los dos mayores productores asiáticos de acero, están discutiendo una fusión, que ha sido calificada como "un acuerdo mutuamente protectivo (para) evitar una excesiva competencia en Asia". En cuanto a la industria automotriz, la resistencia es todavía más feroz. "Toyota está reforzando el control sobre sus proveedores en un intento de bloquear la penetración de firmas extranjeras" (71). Lo mismo hace Honda. Mazda, en la que Ford tiene el 33% de la acciones, ha advertido públicamente que "las empresas de autopartes de los Estados Unidos y Europa que buscan alianzas accionarias en Japón enfrentarán una firme oposición de los proveedores locales" (72). El gobierno japonés ha reforzado la línea defensiva de sus capitalistas sancionando una ley sobre fusiones que no les permite a los extranjeros adquirir empresas pagando con acciones y les impone cargas impositivas superiores que a las empresas japonesas. Refiriéndose a la férrea resistencia que está oponiendo el capital japonés a la penetración extranjera, un corresponsal en Tokio escribe que "el dinero se está moviendo hacia Japón como un buque tanque, pero, por el momento, no parece que haya lugar para él en el puerto" (73).
Los gobiernos de Japón y Estados Unidos son plenamente conscientes del alcance político que puede acabar teniendo el agravamiento de las tensiones comerciales y financieras entre las burguesías de los dos países. Los acuerdos en el área de la defensa aparecen como una tentativa de aplacar, o al menos matizar, estas divergencias. El acuerdo naval japonés-norteamericano del año pasado (que pone a la flota japonesa como auxiliar de la norteamericana en el Pacífico), los emprendimientos conjuntos para la fabricación de misiles y las negociaciones para la formación de un comando militar conjunto ponen de manifiesto los intentos de ambos Estados por conciliar diferencias. Pero para Estados Unidos es un medio de acentuar su supremacia mundial, por ejemplo, en detrimento de la industria militar europea.

Luis Oviedo


(Ver artículo completo en: http://www.po.org.ar/edm/edm25/japnla.htm)